Echando humo por las orejas
Dice una amiga mía que cree que está en medio de una crisis vital, que solo la salvamos nosotras (sus amigas) y poner el pie en la tierra de su pueblo natal. Al parecer allí los problemas son otros, más básicos, más terrenales.
Todo empezó porque su marido le preguntó que, de poder elegir ahora mismo, a qué le gustaría dedicarse. La pregunta, por supuesto, tenía trampa.
¿A qué te refieres?, le espetó mi pobre amiga a su cónyuge. Él, muy resuelto, contestó: pues justo lo que te he dicho: ¿a qué te gustaría dedicarte si pudieras? No pienses mas allá, le aclaró, di lo que quieras porque tendrías el éxito asegurado.
-Ya, ¿y dónde estarían los niños?-, continuó mi amiga, empezando a echar humo por las orejas.
-En el colegio, igual que ahora-, respondió su media naranja.
-Y quien los recogería?-, siguió mi amiga.
-A ver, céntrate. Te he preguntado a qué te dedicarías si pudieras elegir, sabiendo que tienes el éxito asegurado-, aclaró el susodicho perdiendo la paciencia.
-Vale, vale-. Mi amiga siguió pensando y después de un rato con preguntas de ida y de venida no halló respuesta concreta que dar.
En realidad, la cuestión de su marido no pretendía causarle un problema, más bien lo contrario, ayudarla a acercarse más a lo que idealmente le gustaría hacer y, por ende, a lo que en definitiva “debería” estar haciendo.
Como es lógico, mi pobre amiga en cuanto nos vimos en la calle aprovechó para trasladarnos la pregunta y ver qué respondíamos nosotras. Somos complicadas: ¿podría viajar?, ¿tendría tiempo libre?, ¿dónde viviría?, ¿cuántas horas al día trabajaría?, ¿a qué te refieres con “éxito asegurado”?
Un rato más tarde, en una terraza y con una cerveza en la mano empezamos a deshacer el entuerto. Una organizaría viajes, otra escribiría, otra diseñaría ropa, otra tendría una escuela de teatro… Ya teníamos respuestas, pero el humo nos salía por las orejas. ¡Qué discusión, qué manera de estrujarnos el cerebro! Y todo, por una hipótesis con bajas o muy bajas probabilidades de ocurrir. Probad a preguntaros vosotros mismos o a los vuestros la misma cuestión: ¿a qué te gustaría dedicarte, sabiendo que tienes el éxito asegurado? Os garantizo una charla entretenida y un poco de humo por las orejas.
Al día siguiente de esta conversación, me ocurrió algo curioso en el metro. Seguía pensando sobre qué me gustaría hacer, qué es el éxito, si es mejor tener tiempo o dinero, cómo hacemos para ser felices, etc, cuando entraron en el vagón en el que viajaba dos músicos callejeros que amenazaron con cantar “Despacito”. La gente ni se inmutó, pero entonces el guitarrista comenzó a bromear con el cantante y a rapear una canción original incluyendo en la letra a todos y cada uno de los viajeros: «a la señora que lee sin cesar, al chico de los zapatos que cuenta los minutos por ratos, al caballero con abrigo y postín…»
La gente empezó a mirarse y a fijarse en cada una de las personas que iban siendo incluidas en la letra de la canción. Las sonrisas se iban sucediendo y todo el mundo fue levantando la cabeza del móvil o de la tablet y fijándose en los modernos trovadores. Sin darnos cuenta, el vagón entero estaba mirando y seguía el compás. De repente, se había creado un ambiente divertido, con una energía que fluía y con gente de buen humor. Cuando los músicos, sin dejar de rapear, comenzaron a pasar la gorra, prácticamente todos y cada uno de los viajeros rascaron sus bolsillos y monederos para dar unas monedas a los poetas callejeros. Esto, me llevó de nuevo a la conversación del día anterior, pero no a modo de pregunta, sino de exclamación: ¡Qué suerte dedicarte a lo que te gusta! ¡Quién sabe qué es el éxito!