Tropezar con la felicidad
He tropezado gracias a mi “media naranja” con otro de esos libros que hacen que recuperes la cordura. Se trata de “Stumbling on happiness”, de Daniel Gilbert, afamado psicólogo de la universidad de Harvard al que tuvo ocasión de escuchar en una charla. Gilbert, a través de sus investigaciones, ha concluido que nuestras creencias sobre lo que nos hace felices están a menudo equivocadas.
El ensayo, traducido al castellano como “Tropezar con la felicidad”, relata con un ácido sentido del humor y siempre basándose en la evidencia científica que en nuestra incesante búsqueda de la felicidad a lo largo de nuestra vida, la mayoría de nosotros contamos con el mapa equivocado.
Aquí algunos ejemplos que lo demuestran: ¿Por qué la gente que comparte mesa se empeña en pedir platos diferentes en lugar de pedir lo que de verdad les apetece?, ¿Por qué la fila para pagar en el supermercado siempre se ralentiza en cuanto nos incorporamos a ella?, ¿Por qué las parejas están menos satisfechas después de tener hijos y sin embargo aseguran que éstos son su principal fuente de felicidad? Pensad, pensad, malditos…
Todavía no he avanzado suficiente en la lectura para dar respuesta a estas preguntas, pero la premisa del libro ya la he tomado como mía: “Nuestro cerebro sistemáticamente calcula mal lo que nos hace felices y, por tanto, somos muy malos predictores de nuestra propia dicha”.
Dice Gilbert que el ser humano es el único animal capaz de pensar en el futuro y aquí comienza la maravilla y el descalabro a la vez. Y es que esa posibilidad de imaginar el futuro es la que en muchas ocasiones nos hace tomar decisiones basadas en predicciones que son erróneas. No quiero anticiparme y no sé si estará directamente relacionado, pero hace poco fue también mi “media naranja”, en medio de una conversación, quien me acusó de no escucharle y de “no estar allí”. En ese momento, no le di mucha importancia a la acusación pero luego caí en la cuenta de que tenía razón: no estaba allí. Mientras hablábamos yo estaba pensando en las tareas que tenía que hacer al llegar a casa, en las del día siguiente, y en que el fin de semana por fin podríamos hablar tranquilos. Esto, efectivamente, me impedía estar allí, en ese momento y conversar con tranquilidad “allí y entonces”. En fin, para darme cuenta tuve que escuchar, pensar y tropezar; y ver que cada tropiezo te acerca o te aleja un paso más a la felicidad…